jueves, 21 de mayo de 2009

SUEÑO DE RÍO

La lluvia caía mansamente sobre el follaje multiverde de los árboles.
Hasta esa mañana una pátina de polvo era el vívido testigo de los largos meses de sequía. Ahora, los besos húmedos de la lluvia habían deslizado su caricia refrescante sobre la sed ardiente de las hojas. Como incontables dedos de innumerables manos que alzaran sus preces a lo alto, se habían agitado día tras día implorando el agua.
"Por fin va a llover"; la voz de ese desconocido que cruzó la playa cuando yo principiaba a tomar contacto con la arena de la costa, me devolvió al entorno que me contenía y le regalé una sonrisa.
Las huellas de pies descalzos denunciaban mi presencia. "Siempre descalza como paraguaya", repitió desde su presencia sin voz la voz de mi madre. Encogí los hombros decidida a no prestarle atención con la misma terquedad taurina de mi infancia.
Mientras sonreía a los recuerdos, amainó la lluvia. Desde la empinada barranca, el agua se deslizaba disfrazando viboritas que reptaban en forma zigzagueante, dejando una estela marrón que se extendía buscando la costa; color que denunciaba los minúsculos desmoronamientos de tierra con sueños de río.
Abrí los brazos en cruz y comencé a girar locamente hasta, agotada, quedar de espaldas al ocaso para admirar la gloria del atardecer reflejada hasta el infinito en las copas de los ceibos, espinillos, sauces, aguaribayes y eucaliptus.
En lontananza, estalló de un hornero la carcajada contra el silencio de la tarde.
Y mientras metía mis pies en el agua, de la que ya había presentido sus envolventes deseos de acariciarme, hube de pensar en Alfonsina y en el mar que la esperaba del mismo modo que a mí me aguardaba el río...
Por eso ahora, él y yo somos idéntico sueño de camalotes que se pierden en la distancia.

Haydée Norma Podestá

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