miércoles, 19 de junio de 2013

VICISITUDES DE UN DOCENTE

Me levanto a las seis de la mañana. Debo concurrir a una de las escuelas secundarias donde estoy desarrollando el curso “Educar para un mundo mejor”.
Como soy una de las personas inundadas (en Rosario) del 19 de diciembre de 2012, recién hace tres semanas que pude comprar el calefactor que se me arruinó con la inundación…pero…aún no tuve tiempo de llamar al gasista que me lo debe cambiar; demasiados compromisos que me tienen fuera de mi casa y, sinceramente, para atender a quien debe hacer el trabajo debo estar en ella por lo menos una mañana entera. Eso significa que la casa está helada y que antes de lavarme la cara debo prender el horno de la cocina, elemento sustituto del calefactor y también enchufar el caloventor para no morirme de frío. A esta hora hace una temperatura de 0º con una sensación térmica de -4º.
Confieso que tenía ganas de remolonear, de no ir hasta la escuela. Especulaba con que hoy se haría el acto por la bandera, que quizá los chicos entrarían más tarde…mas como me había comprometido todos los miércoles en el primer módulo de clase, pudo más mi responsabilidad (¿estúpida responsabilidad en un mundo cada vez más irresponsable?) y me fui vistiendo, tomando mis pastillas, desayunando, atendiendo a mi perro, controlando que estuviera todo el material de clase en el portafolios y, a partir de las siete y cuarto hasta las siete y media, intentando comunicarme con la escuela con la débil esperanza de que una voz me informara de que no había clase desde tan temprano.
¿Nunca necesitaron comunicarse con urgencia con alguna institución? Entonces ya sabrán que esa comunicación es imposible. En mi caso el teléfono estaba permanentemente conectado a un contestador que me remitía a un número particular.
Responsablemente, me puse mi boina de lana, me emponché lo más que pude, cargué el portafolios en el auto y salí para la escuela en cuestión, dándome cuenta de que me había olvidado la bufanda pero sin tiempo de volver a buscarla debido al horario demasiado justo para llegar a ella.
Las calles aún se iluminaban con sus faroles y los vehículos que circulaban a esa hora estaban tan malhumorados como el mío por el apuro de sus conductores, los baches, las pérdidas de agua en el pavimento, los corralitos, las luces altas, los semáforos, los ómnibus que se creen dueños de los espacios mínimos en las arterias con mejorado y zanjas…todo eso en el recorrido de quince cuadras que me separaban de mi objetivo.
Llego…¡Ah, la visión de la escuela iluminada, promesa de calor en esa mañana que acusaba  -2º y una sensación térmica de -6º,pues cerca de la salida del sol, no sé por qué, siempre descienden las temperaturas!
¡Ah…la visión de los salones con bancos desocupados, de las rejas cerradas (aún las que permiten entrar al estacionamiento) y de un grupo indefinido de personas amontonados contra la puerta de ingreso!
Dejo el auto en la calle, no bajo el portafolios por las dudas de algún robo, y casi corro hasta la puerta del establecimiento intentando abrir el portón. Detrás de una bufanda, unos ojos me dicen -¿o fue una voz escondida debajo de los ojos?- que entre por la otra puerta. Me resigno a ser sólo una pasajera de la calle y le pregunto, entre los barrotes, a la voz si los chicos ingresan más tarde por el acto. Me responde que el acto fue ayer y que hoy los chicos no vienen porque hay una jornada. Me guardo las ganas de soltar un buen insulto, viendo a ese grupo de docentes que llegaron temprano y que deben esperar en el frío del amanecer, parados, soplándose las manos, a que se cumpla rigurosamente el horario de entrada de la jornada, 8 hs de la mañana, para que algún portero abra las puertas y puedan entrar al calor de la escuela.

Después de todo, yo me volvía a casa, a tomarme un café y a descargar mi bronca en estas líneas antes de salir otra vez al frío de un invierno que nos jaquea entre altas y bajas temperaturas, según el humor de ese día.

martes, 11 de junio de 2013

LA VOZ

Mi cuento "La Voz" mereció Mención de Honor en el Concurso "La pluma de plata". Pehuajó, 8 de junio de 2013

El auto corría por la monótona carretera secundaria. Como un trazado paralelo, algunos kilómetros a la derecha, se veían las luces de los vehículos que transitaban por la autopista. Pensó que hubiese podido continuar por aquella para acelerar el ritmo de su viaje pero algo, como una fuerza extraña, parecía querer detenerlo en el tiempo y retardar el final que lo aguardaba. Recordó cuántas veces había experimentado la sensación de estar en el lugar y en el tiempo equivocado y esa necesidad que lo atenaceaba de mantenerse fuera de lo que en ese momento estaba haciendo.
Cuando era muy niño y compartía con sus hermanos los juegos en el patio de la vieja casona paterna, de pronto, sin poder explicárselo, se quedaba quieto, con la sensación  que todo a su alrededor se desvanecía y sólo existía él, en el medio de esa rara luz difusa que lo envolvía. Entonces, desde muy lejos parecíale oír el eco de una voz que murmuraba un mensaje ininteligible. Quedaba así, inmóvil, hasta que algunos de sus hermanos mayores lo sacudía, riendo o malhumorado, gritándole que continuara jugando.
Aprendió a anticipar los síntomas  de evasión de la realidad cotidiana  aislándose de quienes compartían con él ese momento para que no lo despertaran bruscamente de la búsqueda entre las telarañas del ensueño de esa voz que transmitía –estaba muy seguro de ello- un mensaje que era fundamental que descifrara. Pero la voz persistía en mantenerse en la distancia y era apenas como el eco de las cosas no pensadas.
Después, a medida que crecía, la sensación se encarnó como una segunda piel y comenzó a restarle importancia, despertando naturalmente de las fugas de la realidad  para seguir con lo que estaba haciendo. También los otros se acostumbraron a lo que llamaban “su personalidad de artista” y dejaron de prestarle atención, más aún cuando sus aislamientos fueron siendo cada vez menos frecuentes en tanto  envejecía.
Sin embargo, aquella tarde, mientras compartía la charla habitual con sus compañeros del café del barrio, mirando la cansada piel de sus manos que  sostenían las cartas para el truco que determinaría quiénes pagaban las cervezas, comprendió que la sensación volvía. Sacudió los hombros para desprenderse de ella pero ésta le abofeteó la cara con el eco de la voz. 
Una desesperante necesidad de huir lo poseyó y parándose repentinamente mientras la silla y barajas se desparramaban sobre el gastado piso de madera, envuelto por el asombro y las protestas de sus compañeros de juego, salió a la calle, se subió al automóvil y comenzó a conducir como un loco por la autopista hasta llegar al cruce con la carretera vieja…ésa, por donde ahora iba sintiendo que el tiempo se desaceleraba y se reconstruía en una dimensión distinta porque de pronto ya no iba no sabía dónde sino sentía la seguridad de regresar a un punto perdido de su infancia el cual lo catapultaba a la entrada de aquella ruinosa casa a la que lo llevara su impensada carrera, hasta la sala en semipenumbras donde una mujer anciana, que salmodiaba “no me olvides, no me olvides”, le tendía los brazos, lo tomaba, lo acunaba en ellos y abrazándolo con sus últimas fuerzas como para que no volvieran a arrancárselo, dejaba ir su alma en un suspiro mientras él comprendía al fin que el mensaje de la voz era el llamado de su verdadera madre.


Haydée Norma Podestá
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jueves, 6 de junio de 2013

SONETO A LAS ARVEJAS

Este soneto nace de una idea de recetas económicas del 

poeta y cantautor Rubén Pérez de Pehuajó y por un 

comentario en broma de mi amiga escritora Amalia Isabel 

Daibes.



Arvejas de mi quinta, prisioneras

de la chaucha que amante las contiene 

cual útero esmeralda que las tiene

 ocultas de miradas indiscretas.


Se resiste el alma de la planta

 al sentir que maduran en su seno

 pues piensa en los recolectores dedos

que arrancarán de cuajo esas vainas.


 Después vendrán los tiempos de mezclarse

 con las otras arvejas enclaustradas;

de su final destino ignorantes


 pues no saben las verdes ahiladas

que irán, de la cocina, en los estantes,

por un sino voraz,bien enlatadas.



Haydée Norma Podestá

Rosario, 6 de junio de 2013

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martes, 4 de junio de 2013

IMPOTENCIA


Desvelada 
en la descarnada soledad 
de mis paredes
me refugio 
en el recuerdo carnal de tus memorias
donde aún sos voz
y sos silencio
y me arropa la dulzura de tus manos
mientras un beso resbala 
hasta mi boca
para hacerse 
vívido presente...
Entonces me repito que estoy viva
mientras que un otoño de hojas muertas 
se va conmigo 
hacia el frío de un invierno
que me miente 
tu regreso...
Porque ya no volverán las madrugadas
prendidas al calor de tus miradas
mientras un canto de zorzales
nos despierta
desperezando mis abrazos 
en tu cuerpo...
Se perdió tu vida en un camino
del que no se vuelve...
y yo te espero
con la porfía de los sueños inconscientes
para no darme cuenta
de mi propia muerte.

Haydée Norma Podestá
Fisherton, 4/6/13
Derechos reservados.