domingo, 30 de mayo de 2010

TENGO SED

Autor: Graciela Perazzo

Sed de mar
de lluvia fresca
de cielos plenos
de tardes en espera.
De albergues verdes…
Tengo sed,
de violetas temblorosas y
húmedas golondrinas
de campos de girasoles batiendo al sol
tengo sed.

Una sed muy vieja…de mano temblorosa, insegura
sed de puertas abiertas.
De rojo vino acariciando mis labios
sed de pueblos blancos adornando la colina,
de solitarios senderos con olorosas flores amarillas.
de siestas interminables y desiertas bajo el sol ardiente
Sed de playas doradas, bañadas por un mar turquesa.

Tengo la eterna sed de los viajeros de siempre
tengo una inconmensurable sed de caminos.


Encontré esta poesía en la red literaria "Amantes de las letras". Como me gustó, la comparto especialmente para todos los eternos viajeros a quienes nos gusta desandar paisajes andando por los caminos...Gemelas almas vagabundas que nos escapamos de nuestro encierro diario apenas podemos para meternos por esos parajes perdidos que se prenden en nuestros ojos asombrados de tanta belleza...Acabo de regresar de San Marcos Sierra, en la provincia de Córdoba, y aún camino acompasada por el canto de sus pájaros, el rumor del río que baja desde el molino y ese inolvidable descenso de la montaña de la cruz, bañadas, mis amigas Lili, Laurita, María Rosa, Marcela y yo, por la luz de la luna, entre cuentos de lobizones y aparecidos...¡¡¡Genial !!! Haydée

domingo, 16 de mayo de 2010

UNA FLOR EN EL FLORERO


El simple acto de cortar la flor y ponerla en el florerito de cristal, iluminó la habitación.
Esa habitación gris adonde la habían reducido la rutina de sus días grises.
¿Dónde se habían escondido sus ilusiones? ¿En qué recoveco se perdieron sus sueños? ¿Qué ignoto rincón de la existencia guardaba la memoria de los años felices?
Miró sus manos. La piel marcaba las arrugas de la vida. Recordó otra piel, suave, casi transparente, cálida. Casi sin darse cuenta se frotó suavemente los dedos, se acarició la cara con las manos rescatando otras caricias, dulces caricias en su rostro.
Recorrió con las yemas la bordada rugosidad de la carpeta que cubría la mesa del comedor. En algún lejano tiempo, sus deseos de felicidad eterna la habían ido bordando. En otro tiempo, cuando aún creía que la felicidad era eterna.
Después, ese mismo tiempo se encargó de demostrarle que la dicha es finita y que los “siempre” y los “nunca” no existen. Que la vida se nutre de los tal vez, posiblemente, puede ser…Que la vida es una devoradora insaciable de las risas compartidas, del caminar junto a los seres que amamos, de las conversaciones despreocupadas en la ronda del mate, de las palabras de amor.
Descruzó las piernas por debajo de la mesa y se paró. Ya no tenía la agilidad de antaño, cuando saltaba como un resorte a cada nueva idea que se le cruzaba repentinamente y que la obligaba a la acción hasta que la veía realizada. Ahora, le gustaba quedarse quieta, como adormecida; podía pasarse horas manteniendo idéntica postura, mientras los pensamientos revivían recuerdos de hechos sucedidos mucho antes, cuando gritaba a los cuatro vientos que la vida era maravillosa y que, a pesar de las espinas, siempre florecían rosas y que merecía ser vivida. Tiempos de cuando amaba la vida con todas las fuerzas de su empuje pasional.
Acomodó los almohadones en el sofá y le sonrió, como siempre, al hueco que delataba otra presencia, ese recuerdo hundido que marcara un peso ajeno al suyo. Reflexionó, como tantas veces en los postreros años, sobre las marcas que, indeleblemente y sin pensarlo, dejamos sobre las cosas.
La mayoría de los objetos personales nos sobreviven. Algunos tiene la suerte de continuar su vida útil en el gusto o la necesidad o el amor de otros dueños. Pero están los que se arrumban, se tiran, se venden para exhibir su soledad de amor en las vetustas casas de antigüedades, tumbas polvorientas de pasadas glorias, esperando que los rescaten del olvido que trae aparejado la muerte de sus dueños y les inyecten nueva vida para morir, otra vez, nuevas muertes.
¿Dónde irían a parar sus cosas cuando ella no estuviese? Sus libros, sus adornos, sus manteles bordados, sus cartas de amor, su ropa…
¿Dónde se resignarían sus sueños a desaparecer para siempre?
Una ráfaga de viento agitó levemente las cortinas. Pero bastó ese mínimo movimiento para distraerla de sus cavilaciones y traer su mente a la realidad presente.
Sí. Todo lo que la rodeaba se veía deslucido, como las cenizas de un fuego apagado tiempo antes. Su propio cuerpo se proyectaba en el espejo grande del ropero matrimonial, cansado y deslucido.
Un rayo de sol se filtró entre las caladuras de las cortinas, dibujando un arabesco de luz y sombra sobre las estáticas florcitas de colores de la carpeta. Casi sin notarlo, en su trayecto besó la flor que se erguía desafiante en ese florero que ocupaba el centro de la mesa. La flor se iluminó dando aún más vida a esa habitación gris de sus pasados días grises. Le sonrió, convirtiéndola en su cómplice.
Se puso un poco de rouge sobre los labios, se peinó con ganas el cabello, tomó la llave de la habitación de esa pensión adonde la habían llevado los sucesos de su vida – vida de madre viuda con hijos emigrados al extranjero, vida de horas marcadas por las lágrimas- y se marchó con el corazón inquieto como un pájaro nuevo a encontrarse con ese hombre, viudo y solitario, que la esperaba no muy lejos, en el banco de una plaza, al sol de un invierno que desaparecía en primaveras.



Haydée Norma Podestá


viernes, 14 de mayo de 2010

OLVIDO


Impactó mis horas
tu necesidad de verme
con ese "niña
del alma mía"

¡Saltó de gozo
mi corazón herido!

Después...Silencio...
Otra vez la ausencia
de tu presencia.

Silencio inexplicable.
Inexorable silencio
que atenaza
gárricamente
los canales del olvido.

¿Por qué la vida nos golpea
las ilusiones
con los recuerdos
que ya se han ido?

Otra vez silencio.
Otra vez olvido.

¿Olvido?

Haydée Norma Podestá
Fisherton, 14 de mayo de 2010

jueves, 13 de mayo de 2010

IMPENSADA FUGA


Como una paloma mensajera

que se posa en el balcón de mi ventana

llegaron tus palabras

a mi oído

penetrando en lo profundo de mi alma.

Una música de tango a lo lejos

desgranaba su queja de nostalgias,

jugueteando en mis recuerdos

sepultados

en el hondo callejón de otras mañanas.

Salí a desandar mis viejas calles

que en otoño se alfombran de rumores,

hundiendo mis pies

en frías hojas

escarchadas por los besos de la noche.

Tendiendo el aire sus dedos asombrados

por la brusca irrupción de mis pisadas,

acarició mi rostro

comprobando

que no era un pasajero del pasado.


...y caminé las calles que despiertan...

...y amanecí en cielos irisados...

...y pregunté al río su canción huidiza...

...a la ciudad robé su asombro de muchacha...


Hice mío el canto de gorriones

que barulleaban en las losas de la plaza,

mientras un adormecido

perro vagabundo

ensayaba el ritmo de mis pasos.

Crucé una esquina sonora de bocinas,

al refilón chirriante de una frenada,

mientras todos los sonidos

de la urbe

mi impensada fuga orquestaban...


...y tuve que enfrentarme

a tus palabras

mientras se desangraba

en mí

la madrugada.
Haydée Norma Podestá



domingo, 2 de mayo de 2010

EL AMOR DE LA MADRE

La vida se hace vida en las entrañas
apacibles de la madre
como la flor
encapulla en las ramas.
Botón de otras simientes
que la proyectarán a tiempos
no dimensionables
para renacer sus rasgos
en otras generaciones
impensadas.
Porque el cálido arrullo de una madre
revivirá en los ecos de las nanas
que sus hijos
cantarán a nuevos hijos;
siembra germinal
en la sucesoria generación
de lo terreno.

El amor es el sentimiento
más profundo…
caricia en las yemas de los dedos
de una madre
delineando los rasgos de su infante;
ternura de los besos
maternales
cuando acuna entre los brazos
su criatura
o se pierde en el abrazo
de sus hijos.
El amor de la madre es aroma de cocina,
es la ropa planchada y la cama tendida.
Es la mirada puesta en las tareas
que se traen de la escuela
y la venda en la rodilla malherida.
Es el enojo cuando nos bandeamos
y la risa
que hace coro a nuestra risa.
Es palmada y consejo,
es escucha en silencio
es cuento que se lee por las noches,
es juego compartido,
es el saludo mañanero
y las lágrimas de las despedidas.
Es volver presurosa de un trabajo,
siguiendo en el trabajo de la casa
para que su prole
se sienta contenida.
Es mirarse en sus hijos ya crecidos
agradeciendo la vida.

El amor de la madre renace en cada hijo
retoñando arcoiris de ilusiones,
enlazando en nuevos ciclos, sueños viejos…
porque su esencia innegable
es ser eterno
y proyectarse sin límites de tiempo
abarcando los espacios infinitos.

Haydée Norma Podestá