jueves, 14 de mayo de 2009

MI PADRE

A la vera de la casa solariega, sentada en los escalones de mármol de la entrada, siento la presencia física de mi padre.
Me envuelve el espacio azuloso de la noche estrellada y eterna. Eterna como la presencia de ese hombre de ojos verdes y sonrisa plena de blancos dientes.
César Augusto Podestá llegando desde el tiempo donde las cosas ya no mueren, con su risa y con sus mimos, con esa alegría de todos los días con la que borraba el cansancio del trabajo, con un morral intangible de cuentos de hadas o de historias fantásticas.
¡Oh, mi padre! ¿Te acordás, mamá, cuando te alzaba en el aire, tomándote de la cintura y te decía:"¡Hola negrita!", mientras mi hermano y yo girábamos felices alrededor, inocentes víctimas del luto posterior y hasta hoy vivido? Dolor punzante y visceral del recuerdo siempre presente.
Padre bueno hasta la médula, esposo amante, amigo atento y servicial, ser solidario. ¿Por qué te fuiste tan pronto y repentinamente? ¿Qué arcano ignoto te arrancó de mi lado para dejarme esta soledad que no termina?
¡Ay, la vida!
La vida viva de todos los días.
Despertar, trabajar, hablar, sonreir, caminar, correr, lavarme los dientes, soñar, sufrir, respirar, amar, tener fe y volverme a dormir, para despertar mañana.
Siento que estás allí mientras escribo, del otro lado de la mesa familiar, y me miras con ternura.
Entonces te susurro:
Ya no estás
es verdad.
Nos separa una eternidad
inmensa pletórica perenne ególatra
idealizada.
Ya no estás,
es cierto;
pero vives en mí
porque no morirás nunca
mientras uno solo
de tus descendientes
te recuerde...
mientras yo
te recuerde...

Haydée Norma Podestá

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