domingo, 26 de agosto de 2018

MATES EN LA CAMA



No soy de las personas que  buscan  la cama para leer o para mirar televisión.  Cuando llego a mi lecho, me desplomo sobre el mismo  rendida de las tareas del día o porque me he obligado a quedarme en pie hasta que los ojos se cierran del sueño.
En otros días, cada vez más alejados en el tiempo, me traían los domingos el desayuno a la cama.
Por eso, tal vez, me sonreí cuando me invitaste a prolongar la mañana con unos mates en la cama. Pedido inconsciente y muy arriesgado el tuyo porque soy malísima cebando mates. Sin embargo no lo iba a confesar pues hay confesiones que pueden dar por tierra  las situaciones mágicas. Y aunque mi espíritu rebelde se resistía a que tan pronto me impusieras costumbres que no son las habituales para mi alma de pájaro libre, ignoré los barrotes de la jaula y decidí íntimamente que podría descubrir rituales estremecedores en el cebado de unos mates.
Voy a saltar, por ya sabidas, las acciones de calentar el agua a punto y proveerme de los elementos necesarios.
Voy a dejar de lado la despreocupación aparente de revolver mi pelo y de tener sólo el liviano camisón sobre mi cuerpo. A éste le bastaba el intencional toque de perfume que se confundió con el aroma de mi piel anochecida.
Volví con el mate y con la yerba mientras depositaba el termo en el hueco de la almohada que antes ocupara mi cabeza. Me bastaba arrodillarme sobre las sábanas, enfrentado con mi sonrisa tu mirada, para ir llenando lentamente la pequeña calabaza, como acariciando su vientre pródigo, para penetrarla después con la bombilla mientras la presión de tus dedos sobre mi pierna encendía la temperatura del chorro de agua, vertido en un costado de la hierba para no quemarla.
A la cebadora le corresponde probar el primer mate…acción realizada hasta que el pequeño chirrido del vacío alejaron mis labios de la bombilla para ese placer primerizo de ofrecerte tu primer mate con mis manos.
Fui vertiendo el agua lentamente mientras sentía cómo la tela que me cubría se iba enrollando también muy despacio, acompasando su tiempo al del chorro humeante.
Entonces te tendí mi cebadura pero ignoré tu mano que se tendía para atraparlo, para recorrer con su tibieza tu torso desnudo, subir por tu garganta, acariciar el costado de tu rostro y detenerse sobre tu boca que jamás probó ese primer mate porque ya mordía en impulso irrefrenable nuestros besos en mis labios entreabiertos.

Haydée Norma Podestá
Fisherton, 26/8/18

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