lunes, 21 de noviembre de 2011

HISTORIA DE LA JUANA, EL CEIBO Y EL PELAGIO


Nuestra flor nacional













La Juana era la hija menor de doña Crescencia, orgullosa descendiente de los avá, tribu de guerreros a quien los españoles de la conquista llamaron guaraníes al escuchar sus gritos de guerra guará-ny…¡combatir-les!.
Doña Crescencia siempre le repetía a su incontable descendencia de hijos, nietos y bisnietos que la sangre regada en tierra de tantos hombres torturados y muertos por los invasores se había hecho savia en las venas de los árboles del monte espeso y misterioso y que en las noches de luna nueva, cuando más umbría era la espesura, se podían escuchar sus lamentos repitiendo en una salmodia interminable…guará-ny…guará-ny…guará-ny…Era la venganza de Añá, el dios de la muerte y de la enfermedad porque los hombres que bajaron desde el Amazonas buscando la “Tierra sin mal”, lo habían desdeñado frente a Ñamandú, el dador de vida, el sustento del orden universal.
Fuera por los dichos de la anciana, fuera porque las sombras nocturnas y la ausencia de luz lunar imponían respeto a la familia de la vieja, el caso es que ninguno se aventuraba más allá de las paredes del rancho cuando Yasy, la luna,  decidía ocultar su bello rostro a los habitantes de la comunidad.
Una de esas noches en que más negra era la negrura, tanta que ni las sombras se distinguían en la oscuridad reinante, el Pelagio, el hombre de la Juana, se emborrachó sobre la borrachera que ya había traído del obraje e iba sintiendo cómo la sangre se le volvía plomo fundido en las venas y un deseo primitivo de descargar su furia contenida por tantas humillaciones sufridas en la esclavitud tolerada de su trabajo, sobre el primer ser indefenso que se le pusiera a mano, lo iba poseyendo. Los hijos, que ya conocían en el cuerpo los cambios de humor de su progenitor, escaparon hacia los rincones de la mísera vivienda en los cuales se protegían de los malos tratos.
Con cada sorbo de caña, aumentaba el enojo demencial del Pelagio, cuyos ojos inyectados en sangre escarbaban la penumbra apenas iluminada por el farol de kerosén buscando fuera del círculo de luz alguna presencia humana. Cada tanto su mano buscaba el facón metido en la faja, sobre su espalda, como si quisiera comprobar  que su aliado del coraje cobarde permanecía en su lugar.
Mientras tanto la Juana, agobiada por la atmósfera caldeada de la habitación que era cocina, lugar para comer, depósito y dormitorio para  toda la familia- y tal vez porque sabía demasiado en qué terminaban las borracheras de su hombre- había salido a la frescura de la noche, sentándose sobre uno de los tocones que les servían de asiento bajo la tosca galería quinchada de paja brava. La Juana era fea, con esa fealdad resignada de las mujeres tratadas más como un objeto de uso doméstico que como un ser con sueños y sentimientos. Era fea…pero su voz tenía la dulzura del canto de la mansa yerutí cuando arrullaba a su amada en los montes de naranjales. A la Juana le gustaba cantar; cuando su voz se fundía con el viento le parecía que su cuerpo se volvía etéreo como el aire y que el alma, su alma de pindó, se elevaba libre de las prisiones del cuerpo.
Esa noche, la Juana casi sin pensarlo comenzó a cantar y la guarania se elevó nostálgica hacia los tiempos idos…tiempos que no conocían de guaranias pero en que las tribus eran felices. La voz de la Juana estremeció las raíces y las venas del monte y los árboles agitaron levemente sus copas- yeguaka primigenia-en éxtasis celestial.
El Pelagio oyó el canto de su hembra; una explosión de odio insensato lo poseyó y poniéndose vacilante de pie, avanzó con pesados pasos  hacia la galería, arrancando en su camino la tela raída que cubría la entrada. La Juana suspendió las notas que vibraban en su garganta y, aterrada, alcanzó a esquivar el golpe de cuchillo que la buscaba. Huyó sin pensarlo al monte espeso, sintiendo como el Pelagio, animado por una fuerza sobrehumana, la perseguía. Corría desesperada por una senda invisible, más allá de los arañazos de la espina corona y de las ortigas. Ya se alejaba de la jadeante presencia de su marido, cuando sus pies tropezaron contra las raíces de un añoso ceibo que se interpuso en su camino. Caer al suelo y sentir al Pelagio sobre ella, cerrar los ojos y resignarse a la muerte, fue todo una misma sensación…
Cuando de pronto las ramas del anciano árbol se trocaron en brazos vivientes que la protegieron a ella contra el tronco mientras inmovilizaban al hombre. Una lluvia de fuego se desprendió de las flores rojas iluminando la escena, envolviendo el cuerpo del borracho y convirtiéndolo en cenizas…Sólo su facón quedó tirado a los pies de la trémula Juana.
A la mañana siguiente,  uno de los hijos la encontró abrazada al tronco del ceibo murmurando como enloquecida que Anahí, la indiecita fea de dulce voz, sacrificada por los españoles, había revivido para salvarla de la furia insensata del Pelagio…de quien suponen en el monte que huyó por los remordimientos de conciencia pues nunca más se lo vio por sus lugares habituales.

Haydée Norma Podestá
Rosario, 22/9/11
Santa Fe, Argentina
Derechos reservados
 Imágenes subidas de Internet

8 comentarios:

Haydée Norma Podestá dijo...

Sergio Amaya Santamaría en "Publimentar 1"...

Querida Haydée, muy interesante y hermosa leyenda esta que nos compartes, supongo enriquecida con tu calidad de prosista. Qué enorme riqueza cultural tienen nuestros pueblos latinoamericanos, es inacabable el acervo de leyendas, muchas transmitidas por vía oral. Te felicito. Besos. Sergio

21 de noviembre de 2011 02:36

Haydée Norma Podestá dijo...

Haydée ( o sea , yo) en "Publimentar 1"

Sergio, querido amigo, en verdad sobre la leyenda de la flor del ceibo, que habla de una indiecita rebelde a la que queman viva los españoles atada al tronco de un árbol y se transforma en ese árbol de flores rojas, que es nuestra flor nacional, yo le imaginé la historia de Juana y Pelagio, en una relación con la misma, enriquecida con conocimientos sobre las creencias de los avás o guaraníes y sobre la flora de la región mesopotámica ( provincias de Misiones, Corrientes y Entre Ríos), fundamentalmente del monte correntino, que es donde habitó y habita este pueblo originario. Actualmente hay descendientes guaraníes en esa región geográfica, muy rica en leyendas y relatos folclóricos, además de ser la zona por excelencia del chamamé. Su lengua se continúa hablando en la actualidad (también en Paraguay, sur de Brasil y en nuestras provincias norteñas del Chaco y Formosa)y tanto ésta como el quechua o la de los pueblos Kom (tobas) se enseñan en la actualidad. En Rosario hay escuelas bilingües toba-castellano, pues existe una inmigración urbana muy grande proveniente del Chaco.Yo misma comencé estudios del quechua que pretendo profundizar el próximo año para luego continuar con las otras dos lenguas originarias.Un beso y un abrazo. Haydée

21 de noviembre de 2011 05:35

Haydée Norma Podestá dijo...

Chelo Álvarez en "Publimentar 1"

Hermoso e interesante relato pero como española que soy me da mucha pena que hicieran esas cosas tan atroces nuestros antepasados.
Muchos besos amiga y como siempre es un lujo leerte.
Feliz semana.
Chelo.

21 de noviembre de 2011 20:19

Haydée Norma Podestá dijo...

Josephine Ruiz. dijo en "Publimentar 1"
Querida Haydée un relato excelente, pero muy fuerte y profundo, yo se que hay leyendas que existen de verdad, y se lo que hicieron los españoles cuando llegaron , fue tremendo y espeluznante, un buen relato que me ha gustado mucho ,
eres una gran escritora amiga mía, besitos

22 de noviembre de 2011 17:54

Haydée Norma Podestá dijo...

En "Publimentar 1"

A mis queridos amigos españoles; hay temas en las leyendas que están tan incorporados a las tradiciones de cada país que cuando se escribe sobre ellos no se piensa en la actualidad. Pasaron, son historia y sólo sirven positivamente para reflexionar sobre ellos: por ej., los pueblos viven invadiendo por la fuerza y culturalmente a otros pueblos (antes y ahora); no importa quién lo haga, el hecho en sí mismo es sancionable.Con respecto a los españoles- conquistadores al margen- mi país recibió a fines del siglo XIX y principios del XX una inmigración europea, sobre todo española e italiana ("gallegos" y "gringos" para nuestro lenguaje popular)de la que somos descendientes gran parte de los habitantes de Argentina; así que me parece ésta superadora de la de los 1.500. Como me parece también válido el reconocimiento actual de las comunidades de pueblos originarios que pueblan América, y que cuando yo estudiaba en el Normal se me los mostraba como "los indios salvajes que habían desaparecido por completo".Cosas de las políticas educacionales de cada momento. Además, aunque soy-y me siento- americana, mis ancestros son italianos mayoritariamente. Un beso enorme a todos. Haydée

23 de noviembre de 2011 08:11

Haydée Norma Podestá dijo...

Maria Rosa dijo en "Publimentar 1"...
Tus letras atrapan y hacen de la leyenda original otra más rica con ese gustito que dan las letras de los amigos
Un fuerte abrazo
María Rosa Leoni

21 de noviembre de 2011 22:23

Haydée Norma Podestá dijo...

Elenita dijo en "Publimentar 1"...
Haydée tu fantástico, inquietante y maravilloso relato me atrapó, desde el principio al fin.
Justamente en estos días escuché en la radio que se celebraba el Día de la Flor Nacional El Ceibo...
Muy acertada tu publicación.
Besitos de Luz.

23 de noviembre de 2011 00:33

Haydée Norma Podestá dijo...

Néstor Lombardi dijo en "Publimentar 1"

Querida Heidi: Me encantó tu leyenda. Desde ya, te digo que la leeré el sábado.
Por si te interesa, conozco algo de Guaraní y Mapuche. Y tengo muy buenos diccionarios.
Atiendo de lunes a domingo de 0 a 24 horas, por e-mail, teléfono y en mi domicilio particular.
Menos la primer semana de diciembre que la pasaré vagando por Catamarca (Andalgalá, Belén, Tinogasta, Fiambalá, Paso de San Francisco y Santa María).
Un beso enorme, Ayueimí, Néstor

23 de noviembre de 2011 11:44