sábado, 21 de julio de 2012

EUCALIPTUS CENTENARIOS

El lucero vespertino me guiña brillos detrás de las ramas levemente agitadas por el viento del atardecer.
Las inmensas copas de los viejos eucaliptus plantados por quién sabe qué osado gringo colono o qué ignoto criollo se yerguen inconmovibles al paso del tiempo, testigos mudos de vidas ya perdidas en la memoria de lo que fue y no se rescata.
Recuerdo que en mi niñez existía un rancho de adobe con su galería quinchada debajo de las ramas centenarias que agitan el menor soplo de brisa. El tronco de estos árboles es tan grueso que, ya en los días de mi infancia, se necesitaban los brazos de cuatro o cinco de los chicos que jugábamos a su sombra para poder abarcarlo.
En sus ramas anidaban los horneros y también se veían nidos de gorriones. Hoy han sido invadidos por las cotorritas australianas que emigraron hace unos años de las islas por los sucesivos incendios de los pastizales isleños. Sus enormes "casas de departamento", entretejido de ramas con varios pisos por donde asoman para pelearse las parlanchinas avecitas de color verde brillante, ponen manchas de color oscuro entre las hojas alargadas. Cada tanto parte desde allí una bullanguera bandada que recorre el predio de varios jardines aledaños, desdibujando en el cielo los límites que los hombres ponemos sobre la tierra. Me gusta quedarme sentada contemplando el vuelo ruidoso que, finalizado el círculo de la expedición, las lleva de nuevo a los nidos colgantes donde continúan discutiendo quien sabe qué intimidades con las otras que quedaron escondidas en el misterioso hueco que les sirve de morada.
Recuerdo que juntábamos del suelo las cápsulas de las semillas de los eucaliptus, las que íbamos enhebrando con el tiempo ilimitado de los primeros años, para hacer collares y adornarnos con los mismos. A veces, cuando encontrábamos el tesoro de la pluma de una pirincha o de alguna gallina de las que pululaban por el campito, hacíamos vinchas con los collares y las rematábamos con aquel adorno emplumado, para salir luego a la desbanda entre medio de los pastizales, modelando el grito con nuestra mano sobre la boca, en una imitación perfecta de los "indios" de las películas de cowboys que veíamos los fines de semana en los cines del centro. Y en esa correría alocada en medio de los yuyos altos y de los cardales, más de una vez tropezábamos con una nidada llena de huevos que la libertad de las gallinas escondía de los ojos de los humanos. Entonces, nos tocaba a las niñas juntarlos en nuestras faldas ( aún no se usaban los pantalones para las mujeres) y salíamos hacia alguna de las casas reclamando el premio de un "cóctel" (batido de la yema de huevo con azúcar y aligerada con un chorro de oporto o marsala), que nuestras abuelas y después nuestras madres nos daban para que creciéramos fuertes...y que también di en la infancia a mis propios hijos.
Mis enormes eucaliptus...Cuántas miradas se han perdido en el tiempo, de tantas personas que los hemos ido contemplando...
¿Soñarán alguna vez con los viajeros humanos que han transitado  este espacio que les pertenece por derecho propio? ¿Me extrañarán en las madrugadas de verano, cuando salgo a saludar al sol en cuanto me levanto, agradeciendo la vida que me sigue acompañando? ¿Sabrán que me gusta la música de sus copas cuando las mueve el viento durante las tormentas que se desatan en las nocturnas horas, en ese momento que son sólo una masa sombría que implora al cielo que llegue el agua?
Tal vez las respuestas lleguen cuando mi alma enamorada de este terruño mío, vague encandilada de luna y se esconda, como cuando era chica, detrás de sus cansados troncos.

Haydée Norma Podestá
Fisherton, 21 de julio de 2012

6 comentarios:

Lularosarina-Julia dijo...

Primita,hoy domingo,8.30 de la mañana me he deleitado con tu poesía sobre los eucaliptus(el árbol de la pastilla decía un cómico de la tele),y me has traído el recuerdo del olor agradable de sus semillas,tan originales en su forma,y el recuerdo de mi infancia,cuando siempre enferma,flaca como un palo,mi madre me daba el famoso còctel de yema y marsala.Aquí en BCN tenemos unos árboles autóctonos, acacias,magnolias,falsos ciruelos(frente a la parada del autobús que utilizamos a diario hay varios y mientras esperamos,me regalo la vista con ellos.También en una placita cerca de casa hay un jóven ceibo, y jacarandáes,ahora ya se han caído las flores,estos árboles me recuerdan a Rosario que tanto extraño.Muchos besos.

Lularosarina-Julia dijo...

Querida Haydeé te envío el correo de Oscar en face.
oscaralfredo.carbajalesquercia@facebook.com
besos.
Yo escribo por el, no le atrae mucho el tema face ni compu,...

Haydée Norma Podestá dijo...

Sergio A. Amaya Santamaría en "Publimentar"-23 de julio de 2012 11:06
Querida Haydée, hermosos recuerdos de tu niñez, tienes la habilidad de llevarnos de la mano por esos entrañables rincones, donde huele a eucalipto y escuchamos el susurro del viento que se confunde con el llamado de las aves. Te felicito y mando un gran beso de amistad

Responder
Haydée Norma Podestá en "Publimentar" -23 de julio de 2012 20:16
Mi querido amigo, tengo la suerte de haberme criado en un barrio de la ciudad que era casi casi campo cuando yo fui niña...y de seguir habitando en él. Entonces, la presencia de tantos testigos de la misma no puede menos que recordarme las sensaciones permanentes de la infancia que abrevan mis días de mujer adulta. ¿Será por eso que me cuesta tanto desprenderme de mi ser adolescente? jajajaja. Yo moriré pero mi espíritu vagará siempre por los rincones de mi barrio a los que tanto amo. No sé cómo es tu tierra, ni si tu paisaje tiene plantado bosques o se parece a la inmensidad cambiante de mis pampas, o si de chico recorriste los terraplenes de los costados de las vías del tren donde se reproducen la flora y la diminuta fauna de reptiles y de insectos de los campos, pero he tenido la suerte de vivir mis primeros años libres de vagabundear explorando la naturaleza...y eso es un enorme tesoro de recuerdos y de conocimientos...y no puedo de grande dejar de recordar esas cosas que aún hoy erizan mi piel.Aunque por la descripciones de la naturaleza de tus cuentos supongo que tu alma se parece bastante a la mía: a ambos nos enamora el paisaje de nuestras tierras. Un beso enorme. haydée

taty dijo...

"Tal vez las respuestas lleguen cuando mi alma enamorada de este terruño mío, vague encandilada de luna y se esconda, como cuando era chica, detrás de sus cansados troncos."

Pura poesía, de la más tierna. Casi lloro porque mi infancia pasó a los pies de un árbol que ahora está muy lejos.

Mujer, me has conmovido la mañana.

Saludos. Me quedo.

Jorge del Camino dijo...

haydée....ayer o anteayer venia llegando a bs as desde mi seco, árido y hermoso sur y me sentí fascinado por los eucaliptos del costado de la ruta 5.
su porte, su altanera distinción, su embriagante fragancia, su presencia, que indica el trabajo de alguien hace muchos, muchos años.
bajé en pehuajó a comer algo y como cuando era chico (no quise escribir joven...jajajaja) mesolacé paseando a su media sombra, pisando las hojas caidas que crujieron como entonces bajo mi peso y sientiendo que si bien el universo no es eterno, hay cosas que no se acaban nunca.
gracias por recordarme esa efímera sensación con tu blog.
esta tarde, cuando emprenda el regreso a mis pagos santacruceños, llevaré algo que no cabe en el bolsito de ropa, solo cabe en el corazón y es el recuerdo de viejísimos tiempos. besos

Haydée Norma Podestá dijo...

Mi apreciado Jorge...Hoy leí tu comentario pues no estuve estos días en Rosario. Me alegro haber despertado tus recuerdos con los míos...y me alegra la mención de Pehuajó, donde tengo excelentes amigos, Esteban Fauret e Isabel Daybes, quienes están preparando un Congreso de Ecología para abril de 2013 y tienen el proyecto "Y volverán a ser árboles" por el cual se planta un árbol por cada libro que un autor publique.Si te interesa, te mando más info. Besos. Haydée