viernes, 20 de enero de 2012

DE LUCIÉRNAGAS Y OTROS BICHOS...

Dedicado a mi querida amiga Beatriz Leibovich, de Rosario, a David Cotos, de Lima...ciudad a la que algún día desandaré en la búsqueda de sus maravillas y a Humberto Dib, de esta admiradora de su prosa.





Veranos de mi infancia...de  interminables días de correrías por los alfalfares persiguiendo mariposas y de largas noches cálidas sentados con mi hermano y mi padre en los escalones de blanco mármol que servían de ingreso a la casa grande, mientras nuestra madre preparaba la cena. Noches de estrellas y de luciérnagas. Luciérnagas que semejaban estrellitas voladoras, que se acercaban y alejaban de nuestras siluetas inmóviles, con sus intermitencias de luces. De estas noches, con sus historias de mundos lejanos, perdidos en el espacio relatados por la voz profunda de mi padre y el ballet luminoso de las luciérnagas,  debe abrevar mi amor por los animales y por la naturaleza.
Aún me siento en las noches de estío en el jardín de mi casa para esperar la presencia de las luciérnagas, que ya no son tantas como no son tantas tampoco las mariposas de colores que visitan a mis flores las siestas cálidas y pegajosas de enero. Se van perdiendo en las horas del pasado como se alejan tantos hechos de mi vida...pero aún quedan algunas persistentes, incapaces de abandonarme definitivamente para recordarme que la vida es un entramado de sueños idos y de realidades nuevas.
Ahora son los pájaros los que constituyen la diaria compañía, ésa que se manifiesta más allá de mi conciencia.
Al amanecer me lo anuncian los zorzales con su canto que penetra el sueño más profundo y que esperan en las ramas de las casuarinas a que yo llegue a cambiarle el agua a Tango, mi perro semisalvaje, dejando llenar el recipiente con un chorrito que desborda y va formando un surco negro sobre la tierra.  Entonces, se paran en el borde y se refrescan las plumas marrones y anaranjadas antes de que lleguen las palomas torcaces y los horneros que se llevan en su pico, día a día, un poquito de mi terruño natal para multiplicarlo en sus propios nidos de barro.
Después aparecen las calandrias y los gorriones; las primeras amagando picotear a mi anciano perro para que se aleje de su bote de comida y darse ellos un festín con los trocitos de alimento balanceado. Las calandrias son las más confianzudas; cuando pongo la mesa para el té bajo los árboles, ya se posan en los respaldos de los bancos de jardín reclamando las miguitas de mi merienda con ese chillido estridente que sueltan cuando desean algo.
Cuando se conectan los regadores para el pasto, son los picaflores los que vienen a darse un baño en las gotitas de esa lluvia artificial que irisa un arco iris improvisado junto a algún benteveo desconfiado y huidizo.
Las siestas, las duermo acompasada por el cotorrerío inacabable de las cotorritas australianas que han hecho sus nidos en las ramas altas de los eucaliptus.
Pero además de los pájaros, hay otros habitantes de mi pequeño mundo silvestre.
Los últimos veranos aparece, cada vez de mayor tamaño, un sapo que durante el día se esconde en la umbría fresca detrás de un grupo de macetas y que, a la noche, aparece dando saltitos para cazar insectos con su rápida lengua.
Y mi última adquisición silvestre son las comadrejas overas, a las que suelo ver colgadas de las ramas, muy de tanto en tanto, pero que me dejan señales de su presencia con las cáscaras de los huevos de paloma que aparecen siempre en el mismo sitio, debajo de una mesa del jardín...contribuyentes inesperadas del equilibrio ecológico pues las tiernas palomas torcazas o las palomitas del monte, un poco más voluminosas, se han convertido en una verdadera plaga. Cáscaras de huevos que no sé cuando consumen pues ni Tango ni yo  podemos verlas cuando lo hacen.
Mágico mundillo de mi jardín siempre igual y sin embargo tan distinto cada día...parte mítica de mi vida donde quedan las sombras de los perros que lo habitaron y donde la silueta ambarina y blanca de mi gata Luli aún se corporiza en las noches de luna llena recostada sobre el  tronco de su árbol preferido.



5 comentarios:

Beatriz Leibovich dijo...

Haydecita,a nuestras edades ya de abuelas, me hiciste pensar que crecemos de la misma manera-Yo tambien encontré en mi jardin,una felicidad que me brinda la naturaleza,sana y alegre, de flores y pájaros- Besos ,Beatriz

Recomenzar dijo...

Te encontré en lo de Manuel y me gustó tu comentario...
Me gusta como escribes

Recomenzar dijo...

Gracias por contestarme
Tus escritos tienen el sabor de la niñez inalcanzable
Un abrazo
no te pierdas

Teresa dijo...

Hermosos recuerdos y hermosos los que se están fraguando en ese delicioso jardín. La naturaleza nunca nos decepciona a la hora de apuntar para no olvidarlos.

Besos.

Haydée Norma Podestá dijo...

Muchas gracias, mis queridas poetas por sus cálidas palabras. Un beso enorme. Haydée