Miró una vez más hacia el mar. Un mar tan invernal como la nieve que lo cubría todo. Un mar fantasmagórico. Con remolinos neblinosos danzando desde la superficie. Pensó en la atracción que ejercía sobre él y un aullido profundo surgió de su garganta.
Allá, no muy lejos, el hombre escuchó el aullido y tomando su arma casi sin pensarlo, salió al paisaje nevado.
Como desprendidos de su cuerpo sintió sus pies moverse hacia el agua. Uno, dos, tres...cuatro pasos. La irrealidad desconcertante del horizonte se acercaba y se alejaba extrañamente.
Comenzó a olisquear el ambiente. El instinto para descubrir el peligro se alertó con el olor que entraba por sus narices. El enemigo rondaba cerca.
El hombre caminó hacia el mar. Vio la silueta casi diluirse entre la niebla. Maquinalmente apoyó el arma contra su hombro y disparó al bulto.
Algo gélido y amorfo le traspasó el cerebro. Trastabilló... El aullido del viento lo arrastraba a la orilla. Recordó otro tiempo y otro lugar cuando también se había sentido atrapado pero entonces, en la algarabía estival. Aquella vez, el canto roto de un grillo lo había sumergido en oleadas de calor insoportable… Ahora comenzaba a congelarse. En cuerpo y en espíritu.
El hombre miró al animal moverse con dificultad y se sonrió.
¿Qué le estaba pasando? Tenía la pesadez de una escultura de hielo, de un témpano glacial y puro... Si lo golpearan, sonaría como una copa de cristal.
¿Qué le estaba pasando?
No podía hablar, no se lo habían concedido. Era una especie inferior .Pero pensaba…Aunque no lo entendieran pensaba y se repetía el mismo pensamiento en su cerebro
“¿Qué me está pasando?
¿Qué torbellino me convoca?
¿Adónde me lleva el túnel en que se transforma esta espiral de neblinas?”
El hombre sintió el frío que le mordía el cuerpo y recordó el calor de la cabaña.
Uno, dos, tres...cuatro pasos. Y se dejó arrastrar cada vez más rápido. Giraba y giraba. Su cuerpo irradiaba una especie de luz blanquecina, cenicienta. Sintió que partículas luminosas atravesaban cada célula de su ser y lo convertían en un caleidoscopio. En un instante todo él era luz. Algo, como la aflautada música de cañaverales en las riberas de su infancia, se escuchaba. Elevándose cada vez más en el aire, llegó a tocar la nada.
Poco después cayó.
Sin el respiro de una transición. Como un negro títere roto.
Cayó.
Una nieve tan lisa como el mar lo recibió...muerto.
El hombre lo vio caer. Lo vio teñir de rojo la nieve. El rojo le recordó el fuego que ardía en la chimenea de su refugio.
Detrás del golpe seco de su cuerpo se habían apagado el fogonazo y el eco del estampido de esa arma que aún se estremecía en las manos del cazador.
El hombre se volvió a la cabaña. Ni siquiera se molestó en levantar el cuerpo del viejo lobo muerto.
Haydée Norma Podestá
En "Mundo real...mundo fantástico", Granadero Baigorria, Acuarela, 2014.
2 comentarios:
Un buen cuento, muy bien narrado amiga. Te felicito. Abrazos.
¡¡¡Muchas gracias Beatriz!!!Un abrazo
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