No soy de
las personas que buscan la cama para leer o para mirar televisión. Cuando llego a mi lecho, me desplomo sobre el
mismo rendida de las tareas del día o
porque me he obligado a quedarme en pie hasta que los ojos se cierran del
sueño.
En otros
días, cada vez más alejados en el tiempo, me traían los domingos el desayuno a
la cama.
Por eso, tal
vez, me sonreí cuando me invitaste a prolongar la mañana con unos mates en la
cama. Pedido inconsciente y muy arriesgado el tuyo porque soy malísima cebando
mates. Sin embargo no lo iba a confesar pues hay confesiones que pueden dar por
tierra las situaciones mágicas. Y aunque
mi espíritu rebelde se resistía a que tan pronto me impusieras costumbres que
no son las habituales para mi alma de pájaro libre, ignoré los barrotes de la
jaula y decidí íntimamente que podría descubrir rituales estremecedores en el
cebado de unos mates.
Voy a
saltar, por ya sabidas, las acciones de calentar el agua a punto y proveerme de
los elementos necesarios.
Voy a dejar
de lado la despreocupación aparente de revolver mi pelo y de tener sólo el
liviano camisón sobre mi cuerpo. A éste le bastaba el intencional toque de
perfume que se confundió con el aroma de mi piel anochecida.
Volví con el
mate y con la yerba mientras depositaba el termo en el hueco de la almohada que
antes ocupara mi cabeza. Me bastaba arrodillarme sobre las sábanas, enfrentado
con mi sonrisa tu mirada, para ir llenando lentamente la pequeña calabaza, como
acariciando su vientre pródigo, para penetrarla después con la bombilla
mientras la presión de tus dedos sobre mi pierna encendía la temperatura del
chorro de agua, vertido en un costado de la hierba para no quemarla.
A la
cebadora le corresponde probar el primer mate…acción realizada hasta que el
pequeño chirrido del vacío alejaron mis labios de la bombilla para ese placer
primerizo de ofrecerte tu primer mate con mis manos.
Fui
vertiendo el agua lentamente mientras sentía cómo la tela que me cubría se iba
enrollando también muy despacio, acompasando su tiempo al del chorro humeante.
Entonces te
tendí mi cebadura pero ignoré tu mano que se tendía para atraparlo, para
recorrer con su tibieza tu torso desnudo, subir por tu garganta, acariciar el
costado de tu rostro y detenerse sobre tu boca que jamás probó ese primer mate
porque ya mordía en impulso irrefrenable nuestros besos en mis labios
entreabiertos.
Haydée Norma
Podestá
Fisherton,
26/8/18
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