La lluvia golpeaba secamente contra el pavimento. Una luz indiscreta se escapaba de la ventana del bar para reflejarse en los charcos. Tapados con un par de diarios, una pareja corría hacia el refugio del bar. Al entrar, dejaron los diarios en el paragüero y se sacudieron los pies.
-Vamos a aquella mesa- dijo la mujer señalando un rincón.
-Está bien. Parece la más segura.
Con decisión se acercaron a la mesa y se sentaron uno frente al otro. La mujer retomó las últimas palabras del hombre.
-¿Te importa la seguridad?
-En este momento sí.
-A mí me parece un momento como cualquier otro...bueno, no; en verdad,lo esperaba.
-Yo no estoy tan tranquilo.¿Vos estás segura de que no hay nadie más allí adentro?
La mujer se encogió de hombros.
-A seguro se lo llevaron preso.
-¿Qué querés decir?
-Ja, ja, ja...Estaba bromeando. No hay nadie.
El hombre recorrió con la mirada el ambiente del bar. Una chica detrás del mostrador secaba los vasos. El mozo iba y venía entre las mesas donde tres parroquianos miraban la televisión.
-Parece un lugar tranquilo.- Miró a su compañera.
-El barrio es tranquilo...Todos los lugares son tranquilos Jaime. La tranquilidad depende del estado de ánimo de cada uno.
La mujer puso su mano sobre la de su compañero.
-¿Te parece?
-Sí, tranquilizate. Parece que fuera la primera vez. Pedime un café.
-¡Mozo, dos cafés!
-¿Querés dejar de golpear? ¡Cortala con los dedos sobre la mesa!
-Estoy tranquilo.
-Sí, ya lo veo...ya lo veo.- La mujer miró hacia la calle y sonrió.- Está dejando de llover. Vamos Jaime. La pieza está abajo.
-Esperá un poco. A lo mejor...
-¡Te digo que vamos! Seguro que ya se durmieron.
-Termino el café...esperá...termino el café.
La mujer se había parado y se acomodaba el pelo.
-Pagá al mozo y vamos. Vamos. ¡Vamos!
-No sé si quiero ir.
-No te vas a echar atrás ahora. Estoy segura. Vamos. tengo ganas...
El mozo vino a cobrarles. Jaime le pagó y rechazó el vuelto. Después se puso de pie y desapareció por el hueco del baño. La mujer se acercó a la puerta. Casi no llovía. Jaime salió por el pasillo y caminó hacia la mujer.
-Vamos-le dijo ella sin mirarlo-
-¿Estarán ya dormidos?
-Seguro. Crucemos. Ya es tarde.
-¿No hay nadie más?
-No...están solos. Solos y dormidos. Es fácil.
-Bueno, vamos.
Jaime se adelantó a la mujer mientras en su mano apretaba una navaja.
Haydée Norma Podestá
Derechos reservados
-Vamos a aquella mesa- dijo la mujer señalando un rincón.
-Está bien. Parece la más segura.
Con decisión se acercaron a la mesa y se sentaron uno frente al otro. La mujer retomó las últimas palabras del hombre.
-¿Te importa la seguridad?
-En este momento sí.
-A mí me parece un momento como cualquier otro...bueno, no; en verdad,lo esperaba.
-Yo no estoy tan tranquilo.¿Vos estás segura de que no hay nadie más allí adentro?
La mujer se encogió de hombros.
-A seguro se lo llevaron preso.
-¿Qué querés decir?
-Ja, ja, ja...Estaba bromeando. No hay nadie.
El hombre recorrió con la mirada el ambiente del bar. Una chica detrás del mostrador secaba los vasos. El mozo iba y venía entre las mesas donde tres parroquianos miraban la televisión.
-Parece un lugar tranquilo.- Miró a su compañera.
-El barrio es tranquilo...Todos los lugares son tranquilos Jaime. La tranquilidad depende del estado de ánimo de cada uno.
La mujer puso su mano sobre la de su compañero.
-¿Te parece?
-Sí, tranquilizate. Parece que fuera la primera vez. Pedime un café.
-¡Mozo, dos cafés!
-¿Querés dejar de golpear? ¡Cortala con los dedos sobre la mesa!
-Estoy tranquilo.
-Sí, ya lo veo...ya lo veo.- La mujer miró hacia la calle y sonrió.- Está dejando de llover. Vamos Jaime. La pieza está abajo.
-Esperá un poco. A lo mejor...
-¡Te digo que vamos! Seguro que ya se durmieron.
-Termino el café...esperá...termino el café.
La mujer se había parado y se acomodaba el pelo.
-Pagá al mozo y vamos. Vamos. ¡Vamos!
-No sé si quiero ir.
-No te vas a echar atrás ahora. Estoy segura. Vamos. tengo ganas...
El mozo vino a cobrarles. Jaime le pagó y rechazó el vuelto. Después se puso de pie y desapareció por el hueco del baño. La mujer se acercó a la puerta. Casi no llovía. Jaime salió por el pasillo y caminó hacia la mujer.
-Vamos-le dijo ella sin mirarlo-
-¿Estarán ya dormidos?
-Seguro. Crucemos. Ya es tarde.
-¿No hay nadie más?
-No...están solos. Solos y dormidos. Es fácil.
-Bueno, vamos.
Jaime se adelantó a la mujer mientras en su mano apretaba una navaja.
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