DE POR QUÉ LOS ÁRBOLES PERDIERON SU LIBERTAD.
“El hacha del leñador pidió al árbol su mango. Y el árbol se lo dio.”
R. Tagore
R. Tagore
Al principio los árboles vivían libres…
Libres. De las garras de la tierra, que en vano se hería en surcos para retenerlos.
Libres. Con la libertad del pájaro o del viento. Y libres recorrían los espacios acariciando sendas, reptando con sus raíces sobre la inmensa geografía del planeta. Vadeaban ríos donde abrevaban su sed inquieta y se desplazaban armando y desarmando coreografías fantásticas de bosques y montes y algunas soledades, bajo la complacencia del sol y las caricias de la luna.
Iban y venían a su antojo sin trabas que lo impidiesen, con un crujir de ramas anunciadoras de su paso mientras acariciaban brisas, florecían en estrellas o lanzaban al espacio infinito la risa de sus follajes impulsados por la verde savia de su energía milenaria.
Eso fue al principio…Pero luego vino el hombre…Y el hombre vio que el árbol era bueno. Bajo sus inquietas sombras los requirió de amistad eterna.
Entonces, los árboles se sintieron orgullosos con la amistad del hombre… Perfumaron sus días con la gloria de sus flores, le dieron a compartir sus frutos y le regalaron conciertos con los trinos de sus pájaros para endulzar el alma del hombre. Caminaban juntos la superficie de la tierra inventando paisajes mientras entrelazaban brazos y troncos en un abrazo de hermanos.
Hasta ese fatídico día de tormenta en que una chispa fugada de un rayo, encendió fuego en unas ramitas secas, de esas que los árboles descartaban por superfluas… y el hombre descubrió el fuego. Y el hombre vio que el fuego era bueno. Junto a sus danzantes llamas lo requirió de amor eterno.
Ahora eran los árboles, el hombre y el fuego. Juntos vivían la libertad.
Pero como el fuego necesitaba alimentar su voraz apetito agotó pronto toda la leña seca que los árboles descartaban. Fue en ese momento que fundió el hierro y regaló al hombre el hacha mientras, pasando sus flamígeros brazos sobre sus hombros, le susurraba al oído un nuevo nombre “ leñador”.
El leñador dio vueltas entre sus manos el regalo del fuego, comprendió para qué servía y le pidió al árbol un mango para su hacha. Y el árbol se lo dio.
Desgarrado de dolor en sus heridas, gimió su pena el corazón de tronco por la ingratitud del hombre y se juró no seguirlo más en vagabundeos hundiendo las raíces en la tierra que rasgó surcos infinitos para recibirlo.
Y dicen que desde entonces los árboles sueñan en su follaje la ligereza del pájaro, la libertad del viento pero lloran con la tierra que los nutre y los contiene la ingratitud humana.
Pues con el primer hachazo traicionero, su hermano, el hombre, había cercenado la amistad eterna.
Haydée Norma Podestá
2 comentarios:
FELICITACIONES HAYDEE
Qué bueno este Relato!!! megustó mucho - realmente merecía ser premiado Besitos María del Carmen
MUY BUENO HAYDÉE ME GUSTÓ MUCHO.
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